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Excesos y carencias

Si observamos nuestra forma de relacionarnos, podremos reconocer lo que con mayor frecuencia entregamos a los demás. Incluso puede ser que se nos conozca por eso que más hacemos: «el que siempre está», «la que siempre rescata o salva», «el que siempre escucha», etc.


Sin embargo, nuestros excesos nos hablan de nuestras carencias. Cuando no somos conscientes de ellas, las proyectamos en el otro y tratamos de llenar ese vacío dando en exceso, creyendo así que podemos «garantizar» que recibiremos lo mismo a cambio.


En otras palabras, hacemos por los demás lo que más anhelamos que hagan por nosotros. Por ejemplo, «el que siempre escucha» puede tener una gran necesidad de ser escuchado y «la que siempre rescata» puede tener una profunda herida de abandono.


No se trata de etiquetar lo que hacemos como positivo o negativo, se trata de aprender a conocernos para identificar desde dónde lo hacemos. Si es desde un lugar de carencia, difícilmente nos sentiremos satisfechos en nuestras relaciones, pues el otro no es responsable de llenar nuestros vacíos.


Lo que ofrecemos en exceso es lo que más necesitamos darnos a nosotros mismos. Tomar responsabilidad de ello nos permitirá establecer relaciones más sanas, no dependientes, en las que todas las partes puedan apreciar lo que cada una tiene para dar.



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