Detrás del perfeccionismo se esconde la creencia de no ser suficiente.
Cuando la infancia de una persona se desarrolla en un ambiente de sobre exigencia, donde se le hace sentir que nada de lo que hace es lo suficientemente bueno, crece creyendo que el que no es suficiente es él mismo.
Esto provoca la tendencia a buscar la perfección como una manera de demostrarle a los demás y a sí mismo que sí es suficiente.
Sin embargo, la sobre exigencia con la que creció se convierte tarde o temprano en su voz interna; aquella que lo vuelve muy duro consigo mismo cuando se equivoca o no cumple las expectativas de los demás, que lo lleva a procrastinar sus proyectos por miedo a que no sean perfectos o a controlarlo todo para que lo sean, que no le permite sentirse satisfecho consigo mismo o con sus logros, enfocándose solamente en el resultado y dejando de lado el disfrute y el aprendizaje que surge durante todo proceso.
Esa dureza con la que el perfeccionista se trata, también la proyecta sobre sus relaciones y sobre los demás, haciéndoles sentir que nunca son suficientemente buenos.
Tomar conciencia de esto es reconocer que todo es perfecto tal y como es, que lo verdaderamente valioso es el proceso, más que el resultado, porque nos permite aprender de los que llamamos "errores" ser flexibles y entonces sí crecer hacia una mejor versión de nosotros mismos.
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