Donde no hay creación, hay repetición.
Si no hay conciencia o presencia, nuestra mente inconsciente toma el mando para realizar nuestras tareas. Esa parte de nuestra mente está constituida por programas viejos que pasan desapercibidos a nuestra mente consciente; es decir, nos movemos en automático sin darnos cuenta de lo que hacemos.
El ejemplo más sencillo es cuando recorremos en el auto todos los días el mismo trayecto, de la casa al trabajo o viceversa, y a veces no recordamos cómo llegamos. También pasa cuando nos bañamos y no recordamos si nos pusimos jabón o shampoo.
La mente inconsciente tiene su propósito y utilidad, que es esta, permitirnos funcionar sin tener que procesar tanta información. Sin embargo, si lo que esta mente sabe hacer es repetir los comportamientos que hemos aprendido en el pasado, ¿cómo podemos crear algo nuevo?
Si en el pasado vivimos una experiencia dolorosa en cualquiera de nuestras relaciones, por ejemplo con nuestros padres o en pareja, y decidimos cerrar nuestro corazón y no volver a confiar en nadie, ¿qué pasará con nuestro anhelo de encontrar a alguien con quien compartir nuestra vida, sentirnos seguros y confiar?
Reaccionar a las situaciones del presente con la información del pasado nos aleja de experimentar verdaderamente la vida, de escuchar nuestra voz interna que sabe guiarnos, de poner en práctica lo que hemos aprendido desde aquella experiencia dolorosa… En otras palabras, crecer y avanzar.
Ser conscientes de que como lo hemos hecho en el pasado no es la única manera, es lo que nos permitirá preguntarnos qué otras maneras existen y en ese momento comenzar el camino de experimentarlas. Por tanto: crear es hacerlo diferente, en congruencia con el ser que somos en el ahora.

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