El enojo o la ira nos impulsa a movernos y actuar. Cuando sentimos esta emoción, la frecuencia cardiaca y la presión arterial aumentan, llevando la sangre a las extremidades del cuerpo. En otras palabras, nos proporciona una descarga de adrenalina y energía para que podamos movernos.
Esta emoción no es buena ni mala, sino humana, y sentirla en cierto grado es indispensable para sobrevivir. Cuando se torna destructiva, es cuando su intensidad nos domina y nos lleva a perder el control.
Aunque es una respuesta natural y adaptativa, el enojo se reprime con mucha frecuencia, por ser una emoción que socialmente no está bien vista, y en la mayoría de las culturas es considerada peligrosa.
Saber gestionar el enojo es indispensable para nuestra adaptación al ambiente que nos rodea, pues es el que nos permite marcar límites, establecer nuestro territorio, defendernos, huir, movernos de lugar o ir hacia un objetivo concreto.
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